jueves, 18 de febrero de 2010

¿Por qué no dejas que me beba tus lágrimas?

¿Por qué no dejas que me beba tus lágrimas?
Todas, hasta que ya no te queden.
Poco a poco, puedo besarte el corazón hasta que se te cure.
Puedo hacerlo, no creas que estoy loca. Existe la magia aunque quizá a ti ya se te haya olvidado.
Como eres tan mayor y tan maduro y vives en ese mundo de hombres mayores y maduros encorbatados al que yo no pertenezco ni perteneceré nunca...
Pero, cuando llegas a casa ¿a que a veces lloras como un niño? Claro, si te conoceré yo...
Podemos empezar la terapia el sábado. No se hable más. Me traigo mi saco de las caricias y mi mochila de los besos, lo mezclamos todo y después extendemos la mezcla por tu cuerpo, para que te tape todas las heridas.
Y ya verás lo bien que te sientes después. Te lo digo yo que soy licenciada en cariño.

jueves, 11 de febrero de 2010

Hace un año


A veces uno se mira al espejo y no se reconoce. Nos encontramos con la imagen de alguien que no recordábamos así, como cuando nos cuesta reconocernos en las fotos que guardamos en esa vieja caja de zapatos.
Mi espejo me devuelve la imagen de alguien que está tumbado al borde de un abismo contemplando el paisaje, avanzando poco a poco hacia el precipicio sin saber si debe tirarse con un paracaídas o debe parar su avance y tumbarse un poco más a seguir contemplando el paisaje.
Algunos piensan que, cuando al fin salte, el paracaídas se abrirá y el reflejo de mi espejo aterrizará con los dos pies firmemente sobre la tierra, y crecerá y abrazará la tierra y le saldrán raíces, esas que con tanto esmero ha ido cortando...
El reflejo de mi espejo, que tiene la cabeza un poco más arriba de la tierra, no sabe si quiere saltar o si quiere seguir disfrutando de las vistas. Entretanto, a mí me gustaría que ese espejo me diera las respuestas que tal vez no quiero ver: «Nos hacemos mayores».
Quizá solo a medias, quizá solo en el espejo, quizá todavía exista un camino intermedio entre saltar y contemplar el paisaje. El reflejo de mi espejo no quiere abrazar la tierra, no quiere que le salgan raíces a las que tenga que regar todos los días, quiere volar, pensar, crear.
Quiere saltar otros abismos más pequeños, quiere soñar y, sí, quiere disfrutar del paisaje porque la vida es corta pero ancha y ya habrá tiempo para echar raíces. Y quizá eso no sea hacerse mayor, pero sí es enriquecerse. Y quizá eso no sea lo responsable ni lo correcto «ya es hora de trabajar». Sí, pero el reflejo de mi espejo no tiene raíces solo un paracaídas. Y al reflejo de mi espejo le apetece crecer en todos los sentidos de esa palabra menos en los que implica «hacerse mayor».


Escribía esto hace un año y hace muy poco tiempo que salté al abismo y ¿sabéis qué? El paracaídas se ha abierto y estoy aprendiendo a volar con él.