No suelo subir la persiana del salón por la mañana, pero esta mañana lo he hecho y para mi sorpresa: ¡Está nevando! No he podido evitar dar un saltito de alegría. Me encanta la nieve. Me trae muy buenos recuerdos. Creo que hasta la ciudad más horrorosa del mundo se transforma con la nieve.
Entre mis primeros recuerdos de nieve, recuerdo un paseo por el pueblo de la mano de mi padre, por la noche, nevando mucho. Mi padre era gigante, quizá porque yo era muy pequeña. Nos cruzamos con alguien que nos dijo: ¿Qué, a dar una vuelta? Y mi padre contestó: Hay que disfrutar de estas pequeñas cosas que no pasan a menudo.
Pero que nieve no es algo pequeño…
Recuerdo las tardes de sábado cuando nevaba mucho en la sierra y mi padre me decía: Venga, llama a tus amigas que os subo. Y subir hasta las portaleras (cuando se podía) o hasta la Yega y meterme en la nieve hasta la cintura. El problema venía los sábados que yo había quedado con el cura para ser monaguilla (cuánto tiempo hace que no piso la iglesia…) y llegaba empapada y me tenía que quedar media hora al lado del radiador de la sacristía para secarme.
Recuerdo los domingos de excursión a Gredos, a tirarnos con los plásticos. Y yo, con mi afán de meterme en la nieve hasta la cintura, me meto, salgo y mis botas se quedan encajadas en el agujero.
Y la nieve, inevitablemente, siempre me recuerda a Toronto. La primera tormenta de nieve me asustó. Luego comprendí que era la misma nieve de mi infancia solo que concentrada y quizá un poco ansiosa por llegar y me encantó. Yo era la que siempre tiraba bolas de nieve a traición, de repente volvía a tener 5 años y ¿por qué no ponerme a saltar en la nieve con las bolsas de la compra? Experimentaba momentos de felicidad extrema dentro de la felicidad. Y aprendí a andar con tacones por la nieve y a que de nada te sirve un paraguas para protegerte de ella, los paraguas son para la lluvia. La nieve se aprende a amar y sus copos resbalan, te acarician, se quedan en el pelo quizá pero…me encanta.
Siempre que nieva ocurre algo mágico y se cumple alguno de mis deseos. Y en días como estos me dan ganas de comprar un bote de nata y otro de chocolate y escaparme para dormir contigo.
Entre mis primeros recuerdos de nieve, recuerdo un paseo por el pueblo de la mano de mi padre, por la noche, nevando mucho. Mi padre era gigante, quizá porque yo era muy pequeña. Nos cruzamos con alguien que nos dijo: ¿Qué, a dar una vuelta? Y mi padre contestó: Hay que disfrutar de estas pequeñas cosas que no pasan a menudo.
Pero que nieve no es algo pequeño…
Recuerdo las tardes de sábado cuando nevaba mucho en la sierra y mi padre me decía: Venga, llama a tus amigas que os subo. Y subir hasta las portaleras (cuando se podía) o hasta la Yega y meterme en la nieve hasta la cintura. El problema venía los sábados que yo había quedado con el cura para ser monaguilla (cuánto tiempo hace que no piso la iglesia…) y llegaba empapada y me tenía que quedar media hora al lado del radiador de la sacristía para secarme.
Recuerdo los domingos de excursión a Gredos, a tirarnos con los plásticos. Y yo, con mi afán de meterme en la nieve hasta la cintura, me meto, salgo y mis botas se quedan encajadas en el agujero.
Y la nieve, inevitablemente, siempre me recuerda a Toronto. La primera tormenta de nieve me asustó. Luego comprendí que era la misma nieve de mi infancia solo que concentrada y quizá un poco ansiosa por llegar y me encantó. Yo era la que siempre tiraba bolas de nieve a traición, de repente volvía a tener 5 años y ¿por qué no ponerme a saltar en la nieve con las bolsas de la compra? Experimentaba momentos de felicidad extrema dentro de la felicidad. Y aprendí a andar con tacones por la nieve y a que de nada te sirve un paraguas para protegerte de ella, los paraguas son para la lluvia. La nieve se aprende a amar y sus copos resbalan, te acarician, se quedan en el pelo quizá pero…me encanta.
Siempre que nieva ocurre algo mágico y se cumple alguno de mis deseos. Y en días como estos me dan ganas de comprar un bote de nata y otro de chocolate y escaparme para dormir contigo.
Tu tb monaguilla....jajaja que bueno...lo del frio lo llevo peor...maldita moto, maldito viento...asi no hay quien cure el resfriado....pero aun asi, es precioso que nieve y sobre todo muy divertido.
ResponderEliminarBesos navideños.
La nieve es un encanto hasta que por su culpa acabas en el suelo de camino a la facultad.
ResponderEliminarmiau
de
leche
calentita
Ahora que retomo yo, abandonas tu?
ResponderEliminarVenga, pasa una buena noche, que para eso se supone que es la del 24.
Te leo (sólo si escribes)