Se conocieron una noche de verano cuando tenían 15 años. Ella tenía ganas de preguntarle de qué color tenía los ojos, porque solo podía mirarle de reojo y ruborizarse. Él se moría de ganas de levantarle la falda. Pasó el verano y ellos siguieron con sus ganas reprimidas, guardadas en sus miradas.
Con 18 él era el gallito del gallinero, había levantado ya muchas faldas, casi ni se acordaba de aquella chica de la que se había enamorado en secreto. En realidad, ni siquiera se permitía pensar en ella, solo en sus momentos de soledad.
Con 18 ella seguía siendo una chica tímida, muy guapa, pero sin valor para decirle nada. Le miraba desde la distancia, le veía con una chica diferente cada noche y no sabía por qué razón todavía no podía mirarle a los ojos, no sabía por qué razón aún se ruborizaba cuando pasaba a su lado. No sabía por qué seguía teniendo ese control sobre ella.
Con 25 se volvieron a encontrar. Ella acababa de quedarse sola y parece que los hombres eso lo huelen. Él se puso a pedir a su lado. Le dijo: Pareces triste… ¿Quieres tomar algo? Ella soltó lo primero que se le vino a la cabeza: Déjame ver de qué color tienes los ojos. Y él le contestó: Solo si luego tú me dejas levantarte la falda.
PD: He pensado que me gusta mucho estar por encima de las nubes :)
Consignas perennes :)
ResponderEliminar